Sobre Modas de
Sangre…
El historiador y escritor norteamericano Nicolas Shumway,
en su famoso libro “La Invención de la Argentina”, sostiene que la Argentina, a
diferencia de otros países, se encuentra dividida en dos. Esta división, que es
política e identitaria, va más allá de las derechas y las izquierdas, y tiene
que ver los contrapuntos que provocan la existencia conjunta de dos modelos de
nación que atraviesan la historia de la Argentina desde la independencia. Estas
ficciones orientadoras, como las llama Shumway, refieren a dos formas de
entender la nación. Por un lado, está la argentina que se entiende a sí misma
como cosmopolita, europea e institucional. La otra, como nacional,
latinoamericana, únicamente capaz de ser guiada por una figura carismáticamente
fuerte. Esta división, que fue tomando cuerpo a lo largo de la historia con
diferentes binomios, definen un conflicto entre opuestos, como dos caras de una
misma moneda: “unitarios y federales”; “civilización y barbarie”; “peronismo y
anti peronismo”.
En “Modas de Sangre”, Manuel Pérez del Cerro intenta
captar este conflicto endémico de la historia argentina a través de la mirada
de una de sus caras: la del federalismo y la gauchesca; la de Rosas y la
llamada “barbarie”. El gaucho, el desposeído, el obrero se incardinan en la
figura del carnicero, y se presenta con su cara fraternal y orgullosa; su
realidad más corpórea y visceral. Sin embargo, el vestido rojo punzó de
Manuelita Rosas, pintado por Prilidiano Pueyrredón en 1851, funciona como su contrapunto.
Representa lo sutil y lo distinguido. Es un símbolo reapropiado e transpuesto
en una nueva clave. El estilo rococó de la “civilizada” Francia se reconfigura
en el vestido de Manuelita Rosas de Prilidiano y se trasmuta una vez más en la
obra de Manuel. Lo “civilizado” como una de las caras del interior de lo
“bárbaro” es expuesto como carne y como emblema; como amenaza y como símbolo.
El vestido rojo punzó sin cuerpo ni carne, pero como
cuerpo y carne, es centro y emblema en la obra de Manuel que aquí se presenta.
Tal vez, en su quiasmo, sea el quimérico lugar de los encuentros. El vestido de
Manuelita es serie y es uno; es civilización y barbarie; está despojado de la
carnadura del cuerpo pero a la vez es carne de faena; es la aspiración por ser
lo que no es aun siéndolo; es el conflicto en su siempre precaria irresolución.
Matías I. Zarlenga.
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